Ir por más. Fue portero de escuela cordobés y a los 51 años se convirtió en profesor de Historia
Sebastián Vázquez fue, hasta hace un mes, portero en una escuela de Pilar durante 23 años
Sociedad
17/09/2025
Durante más de dos décadas, cada mañana, Sebastián Vázquez empuñaba un manojo enorme de llaves y abría las puertas de una escuela en la ciudad cordobesa de Pilar. Era el portero. Saludaba a los chicos, se cruzaba con los docentes, limpiaba pizarrones y mantenía los pasillos en orden.
Siempre estaba ahí, como parte del paisaje cotidiano de la escuela. Pero mientras barría un aula o acomodaba una mesa, un sueño se le aparecía con insistencia. Algún día quería estar al frente de la clase, explicando lo que lo apasionaba: la historia.
Ese sueño parecía difícil de concretar. Sebastián había dejado la secundaria en tercer año, convencido de que ya no habría otra oportunidad. Había empezado a trabajar de muy chico: primero en una panadería, después en el campo, más tarde en otros oficios. Hubo épocas duras en las que, como él admite, tuvo días en lo que le alcanzaba para una sola comida. “Eso me marca todavía hoy. Cuando entro a un aula sé lo que es la necesidad, y eso me hace pararme distinto frente a los chicos”, remarca.
Sebastián entró a trabajar hace 23 años de portero escolar, el mismo oficio de su padre. Lo supuso como un empleo circunstancial. “Me quedé porque había que trabajar”, dice sin vueltas ahora. Y durante mucho tiempo pensó que su vida sería eso: un hombre de llaves, de pasillos y de aulas.
El regreso a estudiar
La historia cambió en 2014. Tenía 41 años cuando decidió terminar el secundario en el Cenma para adultos de Pilar.
Volvió con la incertidumbre de quien se cree demasiado grande para ser alumno, pero también con la experiencia de quien ya había conocido lo que es quedarse afuera. “Pensé que no iba a poder estudiar más”, confiesa ahora, a los 51.
Ahí redescubrió lo que siempre lo había atrapado: la historia. “Todo lo que anda por ahí lo agarro y lo leo”, dice entre risas. Ahí también conoció a su gran inspiración: Daniel Mare, un historiador de su ciudad y docente apasionado. “En parte empecé la carrera por él”, reconoce.
El día que se presentó al examen de ingreso en la carrera de de Historia de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), todavía debía dos materias del secundario. Sin embargo, aprobó el cursillo con un 10. Fue el primer paso de una carrera universitaria que llevaría adelante entre viajes eternos, noches sin dormir y responsabilidades familiares que no lo dieron respiro.
Durante casi siete años, Sebastián fue un hombre dividido en dos. Portero por la mañana, estudiante universitario por la tarde y la noche.
“Salía del colegio, pasaba volando por mi casa, agarraba las cosas y me iba a la parada del colectivo”, recuerda. El viaje Pilar-Córdoba, de una hora, era parte de su tiempo de estudio.
No fue fácil. En tercer año de la carrera falleció su padre, y poco después la salud de su madre se resintió. A la exigencia académica y laboral se sumaron las interminables idas y vueltas a clínicas y hospitales.
“Rendí 11 finales en cuatro turnos. Un día tuve dos en el mismo día”, cuenta a La Voz.
El cansancio fue un enemigo. Hubo momentos en que pensó en dejar todo. Pero siguió. “Me hice el regalo de estudiar”, dice, como si quisiera recordarse a sí mismo que valió la pena.
La tarde que se recibió lo esperaban dos sorpresas: su madre, que había sido operada el día anterior y le había dicho que no podría ir, apareció en el acto; y también el profe Mare, su mentor.
Sebastián es consciente de que cada logro fue una mezcla de esfuerzo propio y de oportunidades aprovechadas: “No habría podido estudiar sin el boleto educativo gratuito, por ejemplo”, reconoce ahora.
El paso al aula
El día que debutó como profesor de Historia, en el Cenma de Villa del Rosario, se quedó paralizado en el colectivo.
“No podía bajarme de los nervios”, admite. Ese miedo lo acompañó un tiempo: no terminaba de creerse docente. “Me llevó mucho reconocerme en ese rol”, expone.
Con el tiempo fue encontrando su estilo. “El aula me forjó un nuevo carácter”, dice. Aprendió que los alumnos tantean, prueban, tiran de la cuerda para ver hasta dónde llega uno. “Ahí hay que estar firme, pero también con cariño”, describe.
Cuenta que, en los años de portero, solía arrimarse a las aulas para escuchar cómo daban clases los docentes. “Eso me ayudó mucho después. Saqué cosas de todos. Ningún profe es igual a otro”. Su mayor modelo, sin dudas, sigue siendo Mare: “Intento caminar el aula como él”, apunta.
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