Chile: el país que renunció a suicidarse

Cuando en 2019 los chilenos salieron a quemar todo, muchos creyeron que el país iba a tomar un estilo argentino, hacia el populismo. Tres años después, nada de eso pasó y la "furia revolucionaria" se licuó.

Provinciales 24/09/2022

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Muchos argentinos miraron durante dos décadas a Chile como un modelo que Argentina debería emular. Cuando en 2019 los chilenos salieron a la calle a incendiar todo, la taba de las expectativas se dio vuelta: muchos argentinos pensaron que Chile iba a terminar adoptando un estilo argentino. Ya no íbamos a ir nosotros hacia el "neoliberalismo", sino que ellos iban a venir hacia el "populismo".
 
Tres años después, nada de eso. Argentina es más populista que antes. Y en Chile la furia revolucionaria del "octubre rojo" de 2019 se licuó entre reivindicaciones sentidas transformadas en frivolidades identitarias (género, pueblos originarios, diversidades, animalismo, etc) y el pánico masivo de los chilenos cuando vieron la nueva constitución que habían escrito esas vanguardias descolgadas. Cuando les preguntaron a los chilenos si querían que entrara en vigencia esa nueva carta magna votaron masivamente “Rechazo".
 
La metáfora de las gomas
 
¿Qué pasó? Una hipótesis, una metáfora: los argentinos podemos insistir con planes delirantes en nuestro psiquátrico a cielo abierto porque, mal que mal, se autoabastece de alimentos y de energía y los dólares de la soja nos alcanzan para pichulear las cosas extra que necesitamos.
 
La sociedad chilena, en cambio, parece saber muy bien que jamás podría darse ese lujo. Su mayor ventaja comparativa, además del cobre, es ser una sociedad más racional, confiable y mansa: el Reino del Paso a Paso. Sólo así se consigue, en definitiva, una baja tasa de interés, capital, inversión. Que es lo que ha tenido Chile a falta de gas y soja. La sociedad chilena parece saberlo muy bien. Es su cultura. Y no está dispuesta a hundirse.
 
Un ejemplito, urgente: el famoso caso de los neumáticos que en Argentina no se consiguen ni pagando un ojo de la cara y que en Chile sobran y cuestan la mitad.
 
¿Por qué pasa esto? En Argentina, el Reino del Vivir con lo Nuestro, hay tres fábricas de gomas protegidas de la competencia externa por aranceles a la importación, un peso devaluado y el cepo que directamente le permite a un burócratas negar licencias para importar cubiertas.
 
En Chile, en cambio, hay plena apertura económica: dólar único, aranceles bajísimos y cada uno importa lo que se le canta ¿Quiere decir esto que Chile es el infierno del desempleo por no tener ficciones industriales impuestas por la sustitución de importaciones? Nada que ver. De hecho, en Chile Goodyear fabrica gomas. Es la única planta que hay. Pero, como no nació del proteccionismo su ventaja es la tecnología. Por eso es moderna y eficiente: exporta el 95% de los neumáticos que fabrica. No necesita leyes que obliguen a los chilenos a comprarle sus cubiertas. Y los chilenos pueden elegir las mejores y más baratas gomas de cualquier lugar del mundo. ¿Por qué Chile puede tener fábricas y tecnologías modernas? Porque el capital es barato. La tasa de interés, baja. Se puede invertir. Y eso tuvo Chile desde inicios de los 90. Esa es su ventaja. Y los chilenos saben que, si adoptaran un populismo a la argentina, la perderían.
 
Lo dice un socialista de aquellos
 
Sergio Bitar es casi una leyenda en Chile. Fue, jovensísimo, ministro de Minería de Allende. Luego exiliado. Luego ministro de Educación de Lagos y después ministro de Obras Públicas de Bachellet. Socialista hasta el tuétano, hoy Bitar integra la coalición de Boric. Pero descarta de plano que las bases de la economía chilena vayan a cambiar cuando el ciclo iniciado en 2019 termine.
 
"La apertura económica no ha estado en discusión ni siquiera en la convención constituyente. Dentro del gobierno hemos discutido el tema. Y hay un acuerdo amplio de que la estrategia de inserción internacional orientada al Pacífico y que tiene que ser muy abierta. Eso no quita que pueda inversión del Estado en áreas muy necesarias y en las que además Chile podría ser protagonista mundial: energías alternativas, desalinización de agua o en procesamientos de datos. Uno tiene que tener capacidades, pero sin cerrar la economía".
 
Cuidar lo conseguido
 
Sergio Lehmann es economista jefe del Banco de Crédito e Inversiones y coincide con Bitar. Admite que desde 2019 algunos sectores “instalaron un discurso populista, tremendamente dañino y cortoplacista” y que, por un momento, hubo temor a que Chile se transformara en Argentina. Pero ese fantasma se ha diluido.
 
Y apunta que, así como no está en discusión la apertura, hay otros dos pilares fundamentales del “milagro chileno” que los chilenos no piensan destruir aún si se introducen cambios: el ahorro previsional (que permitió el crédito con el que se expandieron las empresas chilenas) y la independencia absoluta del Banco Central del gobierno (que le permitió a los chilenos olvidarse de la inflación durante décadas hasta el estallido, la pandemia y la guerra en Ucrania).
 
Las demandas están
 
Juan Pardo es sociólogo y, desde la consultora Feedback palpa desde hace muchos años el ánimo de los chilenos con encuestas cuantitativas y estudios cualitativos. 
 
En su visión, una amplia mayoría chilena quiere cambios, pero el “maximalismo” de la Constitución escrita por los convencionales elegidos tras los estallidos, a muchos les pareció extrema. Por eso la rechazaron masivamente en el plebiscito que les preguntó si querían que esa nueva constitución se aplicara o no.
 
Pardo remarca -como todos los consultados para esta nota, a derecha e izquierda- que una mayoría muy amplia de chilenos igual quiere cambios. “Hay una demanda de cambio. No está tan preocupada por el documento -una Constitución- como por un cambio. Quiere cosas distintas con el acceso a la salud, con la educación, con las pensiones. Si esto está escrito y garantizado como derecho, perfecto, pero las demandas sociales son más tangibles que el papel”.
 
Con libertad, sí o sí
 
Cadem es, tal vez, la consultora más influyente de Chile. Desde hace 20 años mide cada semana la imagen de los políticos, un dato que los factores de poder en Chile siguen rigurosamente. Roberto Izikson es su gerente de Asuntos Públicos y Estudios Cuantitativos. Y lo que él ha observado con su arsenal de encuestas es que, en el rechazo a la Constitución, fue derrotada la idea de un “cambio radical, la idea de que había que derrumbar la casa y hacerla desde la mirada de la izquierda”.
 
Para él los chilenos votaron categóricamente “por la libertad”, una idea que en su opinión arraigó en la transición, pero que se había debilitado. Lo considera un triunfo cultural. Y tira una hipótesis: Chile está en una segunda transición, que está redefiniendo “qué país queremos ser”. Eso no está definido, pero aparecen una idea fuerte en las encuestas: “Cualquier proyecto que vaya en contra de la libertad de las personas va a ser rechazado”, advierte Izikson. “¿Queremos avanzar en derechos sociales? Sí, en educación, salud, derechos sociales… ¿Eso puede implicar un mayor rol del Estado? Sí, pero ese rol no puede sacrificar la libertad de elección de la educación de tus hijos, no puede sacrificar tu libertad para elegir si tu ahorro para la pensión lo va a administrar un privado o el Estado, no puede impedirte elegir si te atiendes en una clínica privada o estatal. Libertad de elección, libertad de emprender, libertad de tener. Ese es un gran consenso. El otro consenso es avanzar en las cosas nuevas que aún no tenemos resueltas: la inclusión de la mujer, el reconocimiento de los pueblos originarios, el regionalismo, el mediambientalismo”.
 
Con qué se va a pagar
 
¿Es financiable todo eso? ¿O, como dicen quienes critican el orden chileno por “neoliberal”, el modelo trasandino tocó un límite que no le permite pasar esa frontera?
 
Bitar dice que sí. Da el ejemplo de por dónde agarró la discusión de las pensiones. “Hay mucha gente que tiene pensiones muy bajas porque no logró ahorrar. Entonces se está hablando de incrementar el aporte. Por ejemplo, podría pasar del 10% al 16%, pero a ese extra lo pondrían las empresas, en forma gradual, y con eso se podría financiar una distribución más solidaria”. Como se ve, todo va por el lado de la moderación.
 
Lehmann también dice que sí. Pero con focalización. Explica: “Por ejemplo, una demanda muy importante es la de los universitarios endeudados para estudiar. No digo de ir a una universidad gratis como es en Argentina, pero si se puede invertir más y focalizar mejor la asistencia en los segmentos que realmente lo necesitan”.
 
Más moderación. Nada de quemar todo. Nada de ideas alocadas.
 
Derechos sociales
 
Por otro lado. está la amplísima agenda de los derechos sociales. El reventón de 2019 también expresó las ansias de terminar con una sociedad donde aún rigen exclusiones clasistas, machistas y algunas demasiado emparentadas con el racismo y el servilismo. Y tampoco acá las cosas son simples. En Chile aún sorprende que la Constitución -escrita por una hegemonía progresista y una convención con sobrerrepresentación de pueblos originarios que dio amplios derechos exclusivos- fue masivamente rechazada por las propias comunidades mapuches, por ejemplo.
 
Lucas Sierra es profesor de derecho y acumula millas en el área de los derechos humanos, entre otras cosas integró la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato sobre política indígena. Para Sierra, el rechazo en las propias comunas pudo tener que ver con problemas de representatividad de esas comunidades. Y recuerda que esas comunidades muchas veces han votado a la derecha. “Pero eso no implica que pierda legitimidad el reclamo indígena, que tampoco es exclusivamente mapuche”. Sierra señala cuestiones bien prácticas y puntuales, no ensoñaciones. Por ejemplo, relativas al control concreto de tierras. “Yo creo que en esto hay que seguir ejemplos como los de Nueva Zelanda, para determinar dónde hubo fraude en la cuestión de las tierras que el Estado entregó a las comunidades hace centurias. Para eso hace falta expropiación y para eso hace falta dinero”.
 
Sin antipolítica
 
Por estos lados va Chile. Y da la impresión de que le van a encontrar la vuelta. Más allá de la incertidumbre, la confusión y la desazón, los encuestadores no detectan en Chile hoy nada parecido al “que se vayan todos”. No se percibe un clima de antipolítica, de acusaciones masivas de corrupción, como en Argentina.
 
Por eso una mayoría sólida de los consultados para este informe creen que el de Boric probablemente termine siendo un gobierno de transición, donde el poder seguirá estando en un Congreso fragmentado pero dispuesto a conversar para dotar a Chile de, finalmente, una nueva Constitución y un nuevo orden.
 
En palabras de Izikson, “Chile quiere cambio, pero quiere un cambio justo, no quiere un cambio radical; quiere avanzar y no destruir para construir de nuevo”.
 
En eso está Chile, el país que renunció a suicidarse; el país que parece haber optado por mejorar, antes que por quemar todo.

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